viernes, 5 de agosto de 2011

Twenty Million Miles to Earth

USA 1957
Director: Nathan Juran.
Productora: Mornigside Productions, para Columbia Pictures.
Productor: Charles H. Schneer.
Guión: Bob Williams y Christopher Kinopft.
Fotografía: Irving Lippman y Carlos Ventigmillia.
Música: Misha Bakaleinikoff.
Efectos especiales: Ray Harryhausen.
Intérpretes: William Hopper, Joan Taylor, Frank Puglia, John Zaremba,Thomas Browe Henry, Titu Vuolo.
Duración: 84 minutos. Color.

Debería considerarse a Ray Harryhausen el verdadero autor, al menos el coautor, de las obras en las cuales intervino dotando de vida a sus deliciosas miniaturas, escogiendo los argumentos más idóneos, trabajando en tareas financieras y coordinando el acabado final.
Eso no resta virtud a los directores firmantes, especialmente a Nathan Juran, el único de la lista que repitió en tres ocasiones con el maestro Ray, Simbad y la princesa (1958), y La Gran sorpresa (1964), quizá porque su pasado de director artístico le entrenó para comprender el colorista universo de aquellas maravillosas producciones, intuyendo que debia dirigir a los actores como si fueran muñequitos animados, dándoles opotunidad de desbordar un sentido de humor cándido, pero eficaz, absolutamente necesario para desenvolverse en situaciones imposibles o reaccionando ante la nada en rodajes sin efectos ópticos.

Twenty Million Miles to Earth supuso el encuentro entre Juran y Harryhausen alrededor de un antiguo guión sometido a infinitos tratamientos, en circulacuón durante algunos años por los despachos de diferentes estudios.
Cuando por fin, se decidió darle pista libre, la productora se inclinó por cambiar el titulo inical, The Giant Ymir, por el definitivo y ya conocido, en un intento de evocar al de The Beast from 20.000 Fathoms (El monstruo de tiempos remotos,1953) apuntándose a la rimbombante moda de aquellos años en el género.
También se decidió rodar en Italia, aprovechando al máximo los exteriores, sobre todo los del Coliseo, lugar donde se producirá el climax final a lo King Kong (1933) de la pelicula.


En esta oportunidad, el monstruo no era de carácter mitológico, sino un habitante de Venus que llegaba a la Tierra de la mano de una expedición norteamericana. A la llegada, del huevo sugia un pequeño ser, que al contacto con la atmósfera terrestre, crecia espectacularmente.
Con esta descomunal complexión, el venusiano en cuestión de nombre Ymir, se dedicaba a atacar, pisotear, destrozar edificios, enfrentarse con el ejército y morir de forma un tanto aparatosamente digna.

La firme mano de Ray Harryhausen queda patente en todas las escenas de acción, pero resulta mejor en las no menos célebres que enfrentan a un elefante con el malhumorado alienígena, secuencia en que aparece el genio de los efectos especiales en un breve cameo como el atónito turista, que al dar de comer al paquidermo, se encuentra de sopetón con el invitado colosal, listo para destrozar todo el zoo romano.

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